sábado, 30 de abril de 2011

El Nacional/Ana Nuño: Una máscara (más) del totalitarismo

 

 

 


EL NACIONAL - Sábado 30 de Abril de 2011

Papel Literario/1

 

 

Papel Literario

Una máscara (más) del totalitarismo

ANA NUÑO


 



E l 14 de julio de 1938 apareció publicado en el Giornale d ’ Italia un texto sin firma con el título "El fascismo y los problemas de la raza". Menos de dos semanas después, se supo que su redacción había sido ordenada por Mussolini y avalada por un grupo de dieciséis eminencias científicas del régimen.

Ese texto, que ha pasado a la historia como el "Manifiesto de la raza", constituye la primera y más completa justificación política del antisemitismo oficial del régimen fascista italiano.

Nótese este hecho singular, nunca mejor dicho: bastó con la publicación de un sucinto escrito anónimo en uno de los más venerables diarios romanos, fundado en 1901 por liberales monárquicos, para poner en marcha la compleja máquina de discriminación de los judíos italianos, su reclusión en campos de internamiento y, por último, su deportación a campos de concentración y exterminio en Alemania y Polonia. Casi todos ellos con varias generaciones de arraigo en la península a sus espaldas, y perfectamente asimilados desde la Unificación del Reino, el 18 de febrero de 1861.

Sigamos. El 25 de julio de 1938, es decir once días después de la divulgación del "Manifiesto", el Partido Fascista anunció que incorporaba a su ideario el dogma de que "los hebreos no pertenecen a la raza italiana", es decir, el noveno de los diez principios raciales expuestos en "El fascismo y los problemas de la raza".

Otros once días más tarde, el 5 de agosto, apareció la primera entrega de La Difesa Della Razza (La defensa de la raza), revista financiada por el régimen y destinada a divulgar la nueva doctrina; que consistía, esencialmente, en una mezcolanza de eugenismo y racialismo, por una parte, y ultranacionalismo fascista, por otro. Y ese mismo mes de agosto, además de dotarse el Ministerio de la Cultura Popular de una "Oficina de la raza", el Ministerio del Interior ordenó que uno de los principales instrumentos de control del régimen, la Demorazza, procediera de inmediato a censar a todos los judíos de Italia. A pesar de la premura y el verano, la orden fue ejecutada con celeridad: antes de noviembre, el nuevo censo arrojaba la presencia de 53.416 judíos residentes en el país. Es decir, aproximadamente el 1 por mil de la población del Reino.

Ítem más. El 5 de setiembre de ese mismo año, el régimen de Mussolini aprobó las primeras leyes antisemitas. Aún más severas que las leyes de Núremberg, en vigor en Alemania desde hacía tres años: prohibición de escolarización formal para los niños judíos; prohibición a los judíos de trabajar en la administración; imposición de condiciones discriminatorias en el acceso a o el ejercicio de las profesiones liberales; limitaciones varias al usufructo de bienes patrimoniales. A la minoría de judíos naturalizados italianos, orden les fue intimada de abandonar el país. (1)
En cuanto a los judíos italianos de origen, su expulsión de los principales ámbitos de la vida social y económica los dejaba inermes ante las amenazas de internamiento y deportación, que la República de Saló se encargaría de hacer realidad durante el otoño de 1943. Cabe recordar que de los aproximadamente 32.200 judíos italianos sobre los que en esa fecha pendía la amenaza de internamiento y deportación, 7.658 no regresaron de los campos.

Hasta aquí, el grueso de lo relativo a la discriminación, persecución y deportación de judíos en Italia. Este cuadro es conocido desde hace tiempo: la historiografía italiana lo ha trazado con detalle, desde la Historia de los hebreos italianos bajo el fascismo (1961), de Renzo De Felice. Desde este ángulo, es decir en lo relativo al establecimiento de los hechos, La Italia fascista y la persecución de los judíos, de Marie-Anne Matard-Bonucci, no aporta nada nuevo. No se trata de una de esas investigaciones históricas que sacan a la luz una realidad desconocida, o sólo parcialmente conocida pero no establecida. A diferencia, por ejemplo, de Vichy France (1972), donde Anthony Paxton develaba el alcance real de la colaboración de las autoridades del régimen de Pétain en la deportación de judíos en Francia. Por no hablar, claro está, de La destrucción de los judíos europeos, de Raul Hilberg, que desde la primera publicación de esta obra en 1961 y en sus sucesivas reescrituras y ampliaciones, hace realidad el sueño de cualquier historiador: trazar con comprobable detalle el mapa de un territorio brumoso ­emborronado por la ignorancia, a veces deliberada, y no pocas manipulaciones políticas ­ y restituir con claridad la verdad factual.

Dicho lo cual, conviene matizar el aserto de que el ensayo de Matard-Bonucci no descubre nada que no supiéramos en el terreno de los hechos. La exhaustividad en el trabajo de las fuentes --no sólo los habituales archivos oficiales o los de la comunidad judía de Livorno, por ejemplo, sino también los textos e iconografía de propaganda en publicaciones periódicas italianas de la época-- permite que la autora hile muy fino. Así, verbigracia, de la participación de la policía italiana en el proceso de arresto y detención: se sabía de su importancia --41 % de estas operaciones fueron obra de fuerzas locales--, pero la historiadora francesa pone por primera vez en perspectiva este y otros datos concomitantes (las violencias que acompañaron las detenciones de judíos por la policía o las milicias italianas). Este es uno de los rasgos más reseñables del método de Matard-Bonucci: su capacidad de reunir, sintetizar y poner en relación un cúmulo de datos y hechos, extraídos de las más diversas fuentes. Lo que supone la realización de otro sueño de historiador, tan difícil de alcanzar, si no más, como el ya referido: dar un retrato a la vez exacto y vivo de una compleja y brumosa realidad histórica.

Pero la verdadera novedad de La Italia fascista y la persecución de los judíos es la tesis misma que la autora se ha propuesto demostrar. Contrariamente a otros historiadores del antisemitismo fascista, de De Felice a Michele Sarfatti, Matard-Bonucci refuta que la legislación antisemita del régimen mussoliniano fuera bien una derivación del racismo imperialista fraguado al calor de la invasión de Etiopía (tesis de De Felice), o la prolongación de un sustrato antisemita previo en el fascismo italiano (tesis de Sarfatti).

Para Matard-Bonucci, nada en el fascismo italiano --ni en su cuerpo doctrinal ni en la aplicación de su ideario al ámbito político en los dieciséis largos años previos de gobierno fascista-- presagiaba el brutal giro antisemita del régimen. Y ello, además, en un país como Italia, donde a diferencia de Alemania y Francia, no existía una sólida tradición antisemita racialista, y cuya comunidad judía era la más arraigada y asimilada de Europa. (2)  En un contexto como este, pues, Matard-Bonucci razona que el fascismo no tenía motivos para adoptar y aplicar políticas de Estado antisemitas.

Entonces, ¿por qué el giro antisemita? Descontada la fascinación por la Alemania nazi cultivada por Mussolini y los jerarcas fascistas, lo cierto es que Italia no recibió presiones de su aliado del Eje --al menos, no antes de 1938-- para adoptar una legislación antisemita ad hoc. Y aquí es donde Matard-Bonucci introduce su audaz tesis: los fascistas quisieron radicalizar el régimen, porque lo que perseguían era la formación de una sociedad totalitaria. Y ello suponía, ante todo, cortar de raíz con la tradición del Unitarismo (liberal, monárquico y católico) sobre el que reposaba el edificio de la Italia reunificada desde 1861. Para lograrlo, había que "movilizar" a la nación italiana contra un enemigo. ¿Y qué mejor enemigo que el eterno chivo expiatorio en Europa: el judío? El interés del análisis de Matard-Bonucci se desprende casi por sí solo de la demostración de su tesis. Porque si en aquella Italia, que a pesar del fascismo mussoliniano seguía tan imbuida de unitarismo patriótico y tan históricamente inmune era al potente virus del racialismo antisemita, fue posible adoptar políticas destinadas a la erradicación de los judíos y aplicarlas en medio de la casi total indiferencia de la población, cabe tomarse muy en serio las previsibles consecuencias de cualquier experimento totalitario. Aun de los aparentemente improvisados y caóticos.

Como el que, sin ir más lejos, puede observar hoy cualquiera, detrás de los acogedores muros de esta sala del Museo Sefardí de Caracas.



Este texto fue leído como presentación de La Italia fascista y la persecución de los judíos, de Marie-Anne Matard-Bonucci, el 20 de marzo de 2011 en el Museo Sefardí de Caracas.



Notas
1 Para las dos terceras partes de los 3.000 judíos residentes en Italia pasibles de esta medida, procedentes de países centroeuropeos, la orden de expulsión, a esas alturas, equivalía a una condena a muerte.


2 Asimilación: los matrimonios mixtos representaban 30 % de las uniones celebradas, contra 14 % en Hungría y 11 % en Alemania; arraigo: la mayoría de los judíos italianos se consideraban al menos tan "italianos" como "judíos", cuando no antes lo primero que lo segundo.

 


 

 

 

Díalogos de Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato

 

Dialogos Borges/Sabato

A fines de 1974 Orlando Barone tuvo la iniciativa de reunir a Jorge Luis Borges y Ernesto

Sabato para que intercambiaran sus ideas. Con el minucioso registro de los encuentros

realizados entre ambos escritores, compaginó luego los “Diálogos” que integran este

volumen.

En esas largas y lúcidas conversaciones dejaron en claro sus raras coincidencias y sus

numerosas diferencias acerca de los temas que atarearon su quehacer literario. La realidad y

los sueños, la idea de Dios, el amor, el arte de traducir, el tango, el teatro y el cine; entre

personas y personajes, ideas y obsesiones, componen un vasto collage.

"Dialogos: Borges/Sabato" es un libro que reúne las conversaciones entre Ernesto Sabato y

Jorge Luis Borges, quizás, los dos escritores más importantes de la literatura argentina.

Esos encuentros se realizaron entre 14 de diciembre de 1974 y el 15 de marzo de 1975. A

instancias de Orlando Barone se produjo el reencuentro de los dos escritores, en bares y en

el departamento de una amiga en común. "...En esas largas y lúcidas conversaciones

Borges y Sabato dejaron en claro sus raras coincidencias y sus numerosas diferencias

acerca de los temas que atarearon su quehacer literario. La realidad y los sueños, la idea

de Dios, el amor, el arte de traducir, el tango, el teatro y el cine; entre personas y

personajes, ideas y obsesiones, componen un vasto collage".

14 de diciembre de 1974

Creo que se tocaron las manos. Y un brazo o el hombro tal vez. Suelo imaginar más que lo

que veo.

Se deben de haber dicho, no obstante, esas cosas comunes y triviales de todos: Hola,

Borges; Qué dice, Sábato...

Mi obligación de testigo es registrar las palabras exactas. Pero ese momento cualquiera

puede haberlo soñado siempre (cualquier escritor, cualquier artista) y es mejor hacer

compartir las sensaciones, no las palabras.

Sé que venían por el pasillo de la casa, tomados del brazo, lentamente. El bastón era un

péndulo en las manos de Borges.

Entreví dos sombras y detrás a dos hombres y, dentro de las sombras y los hombres, entreví

el amor y la muerte, la lucha y el arte, es decir: la vida.

No me importó que apenas me saludaran (puedo soportar la idea de que por ese rato, de

haberme ido, no se hubiesen dado cuenta).

La cinta empezó a girar.

Capítulo 1

Borges: ¿Cuándo nos conocimos? A ver... Yo he perdido la cuenta de los años. Pero creo

que fue en casa de Bioy Casares, en la época de Uno y el Universo.

Sábato: No, Borges. Ese libro salió en 1945. Nos conocimos en lo de Bioy, pero unos años

antes, creo que hacia 1940.

Borges: (Pensativo) Sí, aquellas reuniones... Podíamos estar toda la noche hablando sobre

literatura o filosofía... Era un mundo diferente... Ahora me dicen, sé, que se habla mucho de

política. En mi opinión les interesan los políticos. La política abstracta, no. A nosotros nos

preocupaban otras cosas.

Sábato: Yo diría, más bien, que en aquellas reuniones hablábamos de lo que nos

apasionaba en común a usted, a Bioy, a Silvina, a mí. Es decir, de la literatura, de la

música. No porque no nos preocupara la política. A mí, al menos.

Borges: Quiero decir, Sábato, que no se hacía ninguna referencia a las noticias cotidianas,

fugaces.

Sábato: Sí, eso es verdad. Tocábamos temas permanentes. La noticia cotidiana, en general,

se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y lo más viejo, al día siguiente.

Borges: Claro. Nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un diario. Un diario,

digo, se escribe para el olvido, deliberadamente para el olvido.

Sábato: Sería mejor publicar un periódico cada año, o cada siglo. O cuando sucede algo

verdaderamente importante: "El señor Cristóbal Colon acaba de descubrir América". Título

a ocho columnas.

Borges: (Sonriendo) Sí... creo que sí.

Sábato: ¿Cómo puede haber hechos transcendentes cada día?

Borges: Además, no se sabe de antemano cuáles son. La crucifixión de Cristo fue

importante después, no cuando ocurrió. Por eso yo jamás he leído un diario, siguiendo el

consejo de Emerson.

Sábato: ¿Quién?

Borges: Emerson, que recomendaba leer libros, no diarios.

Barone: Si me permiten... aquel tiempo en que se encontraban en lo de Bioy...

Borges: Caramba, usted se refiere a aquel tiempo como si fueran épocas muy lejanas.

(Pareciera evocarlas). Sí, claro, cronológicamente son lejanas. Sin embargo siento, pienso

en aquello como si fuera contemporáneo. Además, nos reuníamos pocas veces.

Sábato: El tiempo no existe, ¿no?

Borges: Quiero decir... Como yo sigo mentalmente en esa época... y además la ceguera me

ayuda.

Se produce una larga pausa.

Borges: Recuerdo la polémica Boedo-Florida, por ejemplo, tan célebre hoy. Y sin embargo

fue una broma tramada por Roberto Mariani y Ernesto Palacio.

Sábato: Bueno, Borges, pero aquel tiempo no fue el mío.

Lo dice con sarcasmo.

Borges: Sí, lo sé, pero recordaba esa broma de Florida y Boedo. A mí me situaron en

Florida, aunque yo habría preferido estar en Boedo. Pero me dijeron que ya estaba hecha la

distribución (Sábato se divierte) y yo, desde luego, no pude hacer nada, me resigné. Hubo

otros, como Roberto Arlt o Nicolás Olivari, que pertenecieron a ambos grupos. Todos

sabíamos que era una broma. Ahora hay profesores universitarios que estudian eso en serio.

Si todo fue un invento para justificar la polémica. Ernesto Palacio argumentaba que en

Francia había grupos literarios y entonces, para no ser menos, acá había que hacer lo

mismo. Una broma que se convirtió en programa de la literatura argentina.

Sábato: ¿Recuerda, Borges, que, aparte de la literatura y la filosofía, usted y Bioy sentían

una gran curiosidad por las matemáticas? La cuarta dimensión, el tiempo... aquellas

discusiones sobre Dunne y el Universo Serial...

Borges: (Aprieta el bastón con las dos manos, se yergue un tanto, casi con entusiasmo)

¡Caramba! Claro... los números transfinitos, Kantor...

Sábato: El Eterno Retorno, Nietzsche, Blanqui...

Borges: Y, siglos antes, ¡los pitagóricos, o los estoicos!

Sábato: Las aporías, Aquiles y la tortuga... Nos divertíamos mucho, sí. Recuerdo cuando

Bioy leía los cuentos de Bustos Domecq recién salidos del horno. Pero a Silvina no le

gustaban, permanecía muy seria.

Borges: Bueno, Silvina solía leer esos textos con indulgencia y gesto maternal. A mí, sin

embargo, los cuentos de Bustos Domecq me causaban gracia.

Sábato: Recuerdo que también hablábamos mucho de Stevenson, de sus silencios. Lo que

calla, a veces más significativo que lo que expresa.

Borges: Claro, los silencios de Stevenson... y también Chesterton, Henry James... no, creo

que de James se hablaba menos.

Sábato: Al que le interesaba mucho era a Pepe Bianco.

Borges: Sí, él había traducido The Turn of the Screw. Mejoró el título, es cierto. Otra

vuelta de tuerca es superior a La vuelta de tuerca ¿no?

Sábato: Representa con más claridad la idea de la obra. Al revés que con ese libro de Saint-

Exupéry llamado Terre des Homme que aparece traducido como Tierra de hombres. Como

quien dice "Tierra de machos". Si hasta parece un título para Quiroga o Jack London.

Cuando lo que en realidad quiere significar (además lo dice literalmente) es Tierra de los

Hombres, la tierra de estos pobres diablos que viven en este planeta. No sólo ese traductor

no sabe francés sino que no entendió nada de Saint-Exupéry ni de su obra entera. Pero a

propósito, Borges, recuerdo algo que me llamó la atención hace un tiempo en su traducción

del Orlando, de Virginia Woolf...

Borges: (Melancólico) Bueno, la hizo mi madre... yo la ayudé.

Sábato: Pero está su nombre. Además, lo que quiero decirle es que encontré dos frases que

me hicieron gracia porque eran borgeanas, o así me parecieron. Una cuando dice, más o

menos, que el padre de Orlando había cercenado la cabeza de los hombres de "un vasto

infiel". Y la otra, cuando aquel escritor que volvió hacia Orlando y "le infirió un borrador".

Me sonaba tanto a Borges que busqué el original y vi que decía, si no recuerdo mal, algo así

como presented her a rough draft.

Borges: (Riéndose) Bueno, sí, caramba...

Sábato: No tiene nada de malo. Sólo muestra que casi es preferible que un autor sea

traducido por un escritor medio borroso e impersonal ¿no? Recuerdo que hace mucho

tiempo vi una representación de Macbeth. La traducción era tan mala como los actores y la

pintarrajeada escenografía. Pero salí a la calle deshecho de pasión trágica. Shakespeare

había logrado vencer a su traductor.

Borges: Es que hay ciertas traducciones espantosas... Hay un film inglés cuyo título

original The Imperfect Lady lo tradujeron aquí como La cortesana o La ramera. Perdió toda

la gracia. Precisamente alterar de esa forma el título, que es donde más ha trabajado el

autor. Cuando eligió uno es porque lo ha pensado mucho. Nadie, ni el traductor, debe

creerse con derecho a cambiarlo.

Sábato: ¿Y acaso el título no es la metáfora esencial del libro? Del título podría decirse lo

que se ha afirmado de los sistemas filosóficos, que casi siempre son desarrollo de una

metáfora central: El Río de Heráclito, La Esfera de Parménides...

Borges: Claro, suponiendo que los títulos no sean casuales. Bueno, y que los libros

tampoco ¿no?

Borges parece buscar algo en el pasado. Sábato debe intuir esa búsqueda de la evocación y

también el inminente monólogo. Quedan muchas horas, mucho tiempo delante.

Borges: Hablando de libros, los primeros que se ocuparon aquí de "promover" sus libros

fueron José Hernández y Enrique Larreta. Después, Girondo. De él todos recuerdan cuando

se publicó El espantapájaros y desfiló en un coche con uno de esos muñecos por la calle

Florida... En cambio, en un tiempo anterior, el de Lugones y de Groussac, cuando editaban

sus libros sólo trascendían en el ámbito de las librerías. Mi propia experiencia no fue

distinta. Con trescientos pesos que me dio mi padre hice imprimir trescientos ejemplares de

mi primer libro. ¿Qué otra cosa pude hacer que repartirlos y regalarlos a los amigos? ¿A

quién le importaba alguien que escribía poemas y se llamaba Borges?

Sábato: El editor le publica al escritor que todos se disputan. Eso hace difícil cualquier

comienzo. Sin embargo, es extraño, uno ve ahora los estantes de las librerías y es como una

invasión de títulos. Debe haber más autores que lectores. Y otro fenómeno: el de los

kioscos. Antes, por el año 35, solamente Arlt se vendía en la calle.

Borges: (Lleno de asombro) ¿Libros en los kioscos?

Sábato: (Sonriendo) Sí, también los suyos: El Aleph, Ficciones y los clásicos.

Borges alza aún más la cabeza como para asombrarse de cerca, inquiere más con un gesto.

Sábato: Sí, y me parece bien que sus libros estén allí en la calle, al paso de cada lector.

Borges: Pero... es que antes no era así, claro...

Sábato: Sin embargo, hubo un tiempo en que en los almacenes de campo, cuando hacían

sus pedidos a Buenos Aires, junto a las bolsas de yerba y aperos, pedían ejemplares del

Martín Fierro.

Borges: Esa noticia ha sido divulgada o imaginada por el propio Hernández. La población

rural era analfabeta.

Hay un silencio apenas fastidiado por el ruido de los vasos. Hace calor, pero creo que todos

lo hemos olvidado. Queda flotando la última palabra.

Borges: Martín Fierro... Un personaje que no es un ejemplo. Es admirable el poema como

arte, pero no el personaje.

Los ojos de Sábato, ahora escudriñan el rostro de Borges. Se le nota la ansiedad por hablar,

pero espera.

Borges: Fierro es un desertor que paradójicamente deleita a los militares. Pero si usted le

dice eso a un hombre de armas, se indigna. Hasta Ricardo Rojas en la Historia de la

Literatura Argentina lo defiende con argumentos inexistentes. Alega que en el libro se ve la

conquista del desierto, la fundación de ciudades. Francamente nadie ha leído una sola

palabra de eso.

Sábato: Creo que Fierro es un iracundo, un rebelde ante el tratamiento de frontera, y ante

muchas de las injusticias de su tiempo.

Borges cierra y abre los ojos, se mueve un poco sin perder esa posición arrogante, pero no

agresiva.

Borges: No, no pienso así, Martín Fierro no fue un rebelde. Desertó porque no le pagaban

sus haberes y se pasó al enemigo, no sin esperanza de participar fructuosamente en algún

malón. Pero tampoco el autor fue rebelde. José Hernández Pueyrredón pertenecía a la alta

clase de los estancieros, era pariente de los Lynch y los Udaondo. Si le hubieran dicho

"gaucho" se habría indignado. Un gaucho era algo común, pero Martín Fierro es una

excepción en la llanura. Porque un matrero lo es y por eso recordamos a unos pocos:

Hormiga Negra, que murió por 1905 tal vez. Es que el gaucho matrero es una excepción

como lo es el guapo entre los compadritos. Mi abuela en el 72 ó 73 vio a los soldados en el

cepo. Hernández no conoció nada de eso. Se documentó, se basó mucho en el libro de su

amigo Mansilla. Y por eso no acepto que Martín Fierro sea un mensaje de protesta social;

es más bien un alegato contra el Ministerio de la Guerra como le llamaban entonces. No

creo que Hernández ansiara un nuevo orden social, Sábato.

Sábato: Que Hernández perteneciera a la clase alta, no es un argumento. También fueron

aristócratas o burgueses Saint-Simon, Marx, Owen, Kropotkin. No sabía que Hernández era

pariente de los Lynch. Lo mismo que Guevara. En cuanto al Martín Fierro, pienso que

describe el exilio de los gauchos en su propia patria. Es un canto para los pobres. No sé cual

habrá sido el propósito deliberado de Hernández al escribirlo y eso no importa. Usted sabe

que los propósitos siempre son superados por la obra, cuando se trata del arte. Quién

recuerda en qué acceso de patriotismo Dostoievsky se propuso escribir un librito titulado

Los borrachos, contra el abuso del alcohol en Rusia: le salió Crimen y castigo.

Borges: Claro, si el Quijote fuera simplemente una sátira contra los libros de caballería no

sería el Quijote. Si al final, cuando termina la obra, el autor piensa que hizo lo que se

propuso, la obra no vale nada.

Sábato: Tal vez los propósitos sirvan como trampolín para lanzarse después a aguas más

profundas. Allí empiezan a trabajar otras fuerzas inconscientes, poderosas y más sabias que

las conscientes. Las que en definitiva revelan las grandes verdades. Pero volviendo al

Martín Fierro, lo que usted dijo antes lo comparto en algo: no se lo debe valorar como

testimonio de protesta. O diría, mejor, por el solo hecho de ser un libro de protesta. Porque

en este caso, cualesquiera fueran sus valores morales, no alcanzaría a ser una obra de arte.

Pienso que si Martín Fierro vale es porque a partir de esa rebeldía accede a esos altos

niveles y expresa los grandes problemas espirituales del hombre, de cualquier hombre y en

cualquier época: la soledad y la muerte, la injusticia, la esperanza y el tiempo.

Borges: (Que ha escuchado con atención. La cara orientada hacia el exacto lugar donde

está Sábato.) Reconozco que Fierro es un personaje viviente, que como pasa con las

personas reales puede ser juzgado muy diversamente, según se lo mire.

Sábato: De allí las muchas interpretaciones que permite: sociológicas, políticas,

metafísicas.

Borges: (Como disculpándose) Pero yo no he dicho una sola palabra en contra de la obra...

Sábato: Es que ha habido reportajes donde usted aparece diciendo ciertas cosas... Me

parece útil que se aclare.

Borges: He dicho, sí, que proponer a Martín Fierro como personaje ejemplar es un error. Es

como si se propusiera a Macbeth como buen modelo de ciudadano británico ¿no? Como

tragedia me parece admirable, como personaje de valores morales, no lo es.

Sábato: Lo que prueba que un gran escritor no tiene por qué crear buenas personas. Ni

Raskolnikov ni Julien Sorel, por citar algunos, pueden juzgarse como buenas personas. Casi

nadie en la gran literatura.

Borges: Qué extraño. Ahora recuerdo que Macedonio Fernández tenía una teoría que yo

creo errónea. él decía que todo personaje de novela tenía que ser moralmente perfecto.

Desde esa perspectiva, sin conflictos, resultaría difícil escribir algo... él se basaba en el

concepto: "El arquetipo ideal de la épica".

Sábato: Parecería un chiste.

Borges: No. Era en serio. Bueno, sería como anular la novela ¿no?

Sábato: Basta considerar los grandes protagonistas de novelas. Siempre marginados, tipos

casi siempre fuera de la ley outsiders.

Borges: Hay una frase de Kipling que escribió al final de su vida: "A un escritor puede

estarle permitido inventar una fábula pero no la moraleja". El ejemplo que eligió para

sostener su teoría fue el de Swift, que intentó un alegato contra el género humano y ahora

ha quedado Gulliver, un libro para chicos. Es decir: el libro vivió, pero no con el propósito

del autor.

Sábato: Es lo bastante complejo para ser un espantoso alegato y a la vez un libro de

aventuras para chicos. Esa ambig_edad es frecuente en la novela.

Borges: Se me ocurre algo. Supongamos que Esopo existió y que escribió sus fábulas. Pero

posiblemente le divertía más la idea de animales que hablan como hombrecitos que las

moralejas. Esas moralejas se agregaron después.

Sábato: Es que ninguna obra de arte es moralizadora en el sentido edificante de la palabra.

Si sirven al hombre es en un sentido más profundo, como sirven los sueños, que casi

siempre son terribles. O las tragedias. Usted habló de Macbeth: es espantoso, pero sirve. Y

no sé si lo justo no sería suprimir ese "pero", o en su lugar poner "y por eso mismo.

Borges: Sin duda. Uno de los libros que leí es Le Feu, de Barbusse. Lo escribió contra la

guerra y el resultado es casi una exaltación de la guerra.

Sábato: Sarmiento se propuso escribir un libro contra la barbarie y la conclusión fue un

libro bárbaro. Porque Facundo expresa lo que hay en el fondo del corazón de Sarmiento: un

bárbaro. El álter ego del Sarmiento de jacket.

Borges: Sí, es... el libro más montonero de nuestra literatura, según Groussac.

Sábato: Lo admirable del Facundo es la fuerza de sus pasiones. Está lleno de defectos

sociológicos e históricos, es un libro mentiroso, pero es una gran novela.

Borges: Solamente cuando una obra no vale es cuando cumple los propósitos del autor...

Sábato: En tiempos de la revolución francesa había libros que se llamaban cosas como

Virgen y republicana, con moraleja desde el título. Ya podemos imaginar lo que valdrían.

Pero todas las revoluciones son moralistas y puritanas. En Rusia se han escrito obras de

teatro con títulos como La tractorista ejemplar... Las revoluciones son conservadoras en el

arte. La revolución francesa no tomó como paradigma a Delacroix, el de la pintura pasional

y rebelde, sino el académico David, el de los pompiers.

Borges: Cuando Bernard Shaw estuvo en Rusia les aconsejó que cerraran el museo de la

Revolución. Claro, no había que influir con el mal ejemplo...

Sábato: Es que el artista es por excelencia un rebelde. Por eso en las revoluciones nunca

les va bien.

Borges: Recuerdo que en Rusia hicieron dos films sobre Iván el Terrible: uno, al comienzo

(el bueno) contra el zarismo; el otro, cuando Stalin se había convertido en un nuevo zar, en

favor del zarismo...

Sábato: Sabemos que sólo puede hacerse arte grande en absoluta libertad. Lo otro es

sometimiento, arte convencional y por lo tanto falso. Y por lo tanto no sirve al hombre. Los

sueños son útiles porque son libres

Barone: A propósito de esa libertad... ¿Es un obstáculo la fama? ¿La entorpece? Me refiero

al caso de un escritor reconocido por sus contemporáneos. . . Pienso que Van Gogh y

Kafka, que no fueron famosos, pudieron hacer su obra en total libertad... Ustedes son

famosos.

Borges: Lugones y Darío fueron famosos...

Sábato: Si un artista tiene algo importante que decir, lo dirá igual. No lo va a atrapar nada.

Ni la fama, ni la policía secreta, ni el Estado. Además la historia lo prueba: Dostoievsky era

muy famoso cuando escribió Los Karamazov y nadie se atrevería a decir que con ese libro

está coartado. Y también fueron famosos Tolstoi, Chejov, Hemingway, Faulkner..

Borges: Y Mark Twain, y Bernard Shaw.

Sábato: Y el caso inverso: gente que jamás logró trascendencia sin que por eso su obra

necesariamente deba ser importante.

Borges: Conozco a alguien que se consuela pensando que también fueron ignorados los

artistas A, B y C, que ahora son famosos. No piensa que también fueron ignorado escritores

pésimos.

Sábato: Kafka no fue conocido por la simple razón de que no quiso publicar. Tomemos el

caso de Borges que es un escritor bastante hermético, y sin embargo es famoso.

Borges: (Tímidamente) ¿Yo?.

Sábato: (Irónico) Vamos, Borges. Piense también en la fama que tuvieron artistas tan

herméticos como Mallarmé y Rimbaud. Para no hablar de Joyce.

Borges: Y Víctor Hugo y Byron...

Sábato: Byron quizá debió su fama a la vida que hizo.

Borges: Sí, Byron dejó un personaje vivido por él... ¡Ah! y famosos también fueron los

filósofos franceses: Voltaire y Rousseau.

Sábato: A propósito, ¿conoce la traducción alemana del Neveu de Rameau? Borges niega

con la cabeza.

Sábato: Usted sabe que lo tradujo Goethe, ¿no?

Borges: Sí, sí, claro.

Sábato: Pero, ¿sabía que la versión francesa es traducción de esa traducción alemana?

Borges: (Con profunda sorpresa) ¿Cómo? No, no lo sabía realmente. . .

Sábato: Sí, creo que la versión original se perdió y no sé si luego se recuperó. Pero durante

mucho tiempo, al menos, la versión francesa que circuló fue la retraducida desde el alemán.

Dicho sea de paso, esa obra de Diderot es otro ejemplo de lo que decíamos antes, sobre la

pluralidad de las interpretaciones. Lo admiraron a la vez Goethe y Marx, aunque no por los

mismos motivos.

Borges: El siglo XVIII francés tuvo la mejor prosa de la historia de la literatura de Francia.

Voltaire es admirable.

Sábato: Tenían una gran precisión.

Borges: Y también una gran pasión. Es un siglo estupendo. Yo ahora estoy leyendo

bastante literatura francesa de esa época: los cuentos de Voltaire por ejemplo. Leí con

entusiasmo Carlos XII, un libro épico.

Sábato: Es curioso lo que pasa con esos enciclopedistas. De nuevo la duplicidad del

escritor, entre lo que se proponen y lo que les sale. Diderot, nada menos. Sus obras de

ficción son terribles. Es decir, que los demonios, esos demonios que la ilustración proscribe

o ridiculiza aparecen en las novelas como una especie de venganza inconsciente de las

furias. Cuando más racional se volvía el pensamiento, más se cobraban venganza.

Borges: Ahí está, sin ir más lejos, la Revolución Francesa.

Sábato: Sí. Decapitan a media Francia en nombre de la Razón. Cada vez que los teóricos

invocan al hombre con H mayúscula hay que ponerse a temblar: o guillotinan a miles de

hombres con minúscula o los torturan en campos de concentración.

Borges: No sé qué escritor dijo: Les idées naissent douces et vieillisent féroces. "Las ideas

nacen dulces y envejecen feroces."

Sábato: Hermosa frase! Además son siempre los pensadores los que mueven la historia.

Borges: Pienso que toda la historia de la Humanidad puede haber comenzado en forma

intranscendente, en charlas de café, en cosas así ¿no?

Sábato: Perdone pero me quedé tocado por esa frase que usted citó. Recordemos las cosas

feroces que se hicieron en nombre del Evangelio. Y las atrocidades que hizo Stalin en

nombre del Manifiesto Comunista.

Borges: ¡Qué extraño! Nada de eso ha ocurrido con el Budismo.

Sábato: (Con tono escéptico) Pero dígame, Borges, ¿a usted le interesa el budismo en

serio? Quiero decir como religión. ¿0 sólo le importa como fenómeno literario?

Borges: Me parece ligeramente menos imposible que el cristianismo (ríen). Bueno, quizá

crea en el Karma. Ahora, que haya cielo e infierno, eso no.

Sábato: En todo caso, si existen, deben ser dos establecimientos con una población muy

inesperada. Por un instante las risas se confunden con las palabras. Los dos se divierten.

Barone: ¿Y que opina de Dios, Borges?

Borges: (Solemnemente irónico) ¿Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que

imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La

idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica.

Sábato: Sí, pero podría ser un Dios imperfecto. Un Dios que no pueda manejar bien el

asunto, que no haya podido impedir los terremotos. O un Dios que se duerme y tiene

pesadillas o accesos de locura: serían las pestes, las catástrofes..

Borges: O nosotros. (Se ríen.) No sé si fue Bernard Shaw que dijo: God is in the making, es

decir: "Dios está haciéndose".

Sábato: Es un poco la idea de Strindberg, la idea de un Dios histórico. De todas maneras

las cosas malas no prueban la inexistencia de Dios, ni siquiera la de un Dios perfecto. Usted

acaba de insinuar que cree más bien en los budistas. Si un niño muere, de modo

aparentemente injusto, puede ser que esté pagando la culpa de una vida anterior. También

es posible que no entendamos los designios divinos, (que pertenecen a un mundo

transfinito), mediante nuestra mentalidad hecha para un universo finito.

Borges: Eso coincide con los últimos capítulos del libro de Job.

Sábato: Pero dígame, Borges, si no cree en Dios ¿por qué escribe tantas historias

teológicas?

Borges: Es que creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género.

Sábato: Entonces, suponiendo que fuera el Gran Bibliotecario Universal, ese bibliotecario

que toda la vida soñó ser, Borges pondría en el primer lugar la Biblia ¿no?

Borges: Y sobre todo un libro como la Summa Teologica. Es una obra fantástica muy

superior a las de Wells. (Sonríe.)

Sábato: Claro, Wells es demasiado mecanizado. Un poco la literatura fantástica de la

Revolución Industrial.

Borges: Sí, tengo discusiones con Bioy Casares sobre eso. Yo le digo que es más fácil creer

en talismanes que en máquinas.

Sábato: Tiene razón. La invención de Morel es una obra magnífica Pero personalmente la

habría preferido sin maquinarias ni explicaciones.

Borges: Habría sido mejor que eso ocurriera. Uno acepta un talismán, digamos un anillo

que hace invisibles a los hombres; en cambio Wells tiene que recurrir a experimentos

químicos, y eso es menos creíble. El anillo sólo exige un acto de fe, lo otro, todo un

proceso.

Sábato: Por otra parte la ciencia progresa. Einstein es superior a Newton, de algún modo

refuta a Newton. Un talismán siempre es el mismo, siempre sigue valiendo. Wells era en el

fondo un positivista de la literatura fantástica. Suena el teléfono. Alguien pregunta por

Sábato. Hay una breve pausa y retomamos la charla.

Barone: Les voy a proponer saltar a otro tema, si el salto no les molesta.

Borges: He venido saltando desde hace setenta y cinco años.

Sábato: Todos. ¿Qué le parece como salto eso del despertar cada mañana? "Recuérdenme a

las nueve". Así se decía antes, en el campo, cuando yo era chico. "Recordarlo", como quien

se ha olvidado de la existencia. Cuando dormimos el alma viaja fuera del espacio y del

tiempo. Borges se ha quedado pensativo. Inmóvil, parece evocar algo. Hay un silencio en

Sábato, esperando.

Borges: Todas las mañanas cuando me despierto, pienso: "Soy Borges, estoy viviendo en la

calle Maipú, mi madre está en la pieza contigua, muy enferma, y vuelvo..."

Sábato: De los dos Borges, seguramente el que sueña es el más auténtico. Porque lo que

escribe debe representar más ese mundo de la noche. Además, recuerdo que usted comenzó

a escribir los cuentos fantásticos después de ese golpe en la cabeza... La mano de Borges

señala en la cabeza un rastro. Me hace que lo toque para que compruebe que existe. Explica

que fue contra una persiana de "fierro".

Borges: Recuerdo que en el sanatorio no podía dormir, porque si lo hacía tenía

alucinaciones. Cuando estuve mejor y me dijeron que había estado a punto de morir, me

puse a llorar. Todo esto fue allá por 1945 creo. O antes. Estaba empleado en la Biblioteca

de Almagro.

Sábato: Sí, antes de que lo ascendieran a inspector de gallinas.

Borges: Fíjese que me dieron ese puesto para humillarme y renuncié el mismo día.

Recuerdo que a un amigo mío le pregunté, por qué habiendo cuarenta empleados en la

Biblioteca me echaban a mí, que era escritor. Me preguntó si yo no había estado con los

aliados durante la guerra. Le respondí que sí. Y entonces ¿qué quiere?, me dijo. Me di

cuenta de que esa lógica era irrefutable.

Barone: Creo que hay un tema que les interesa a los dos. El del lenguaje. Usted, Sábato,

dijo en una oportunidad que uno de los grandes peligros que corremos nosotros, los

escritores de lengua castellana, es el verbalismo. Y citó a Borges en favor de su tesis.

Sábato: Sí, dije que cierta pompa estilística, que fue combatida por hombres como Borges,

parecía entrar ahora en algunas formas de la vanguardia. Siempre recuerdo aquella parte tan

graciosa de Machado. Juan de Mairena hace pasar al pizarrón al mejor alumno y le hace

escribir: "Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa". Luego le pide que ponga

eso en forma poética, el chico piensa un momento y luego escribe: "Las cosas que pasan en

la calle." Mairena lo felicitó. Claro, se podrá decir que una frase como "Las cosas que

pasan en la calle" no es poesía. Pero la otra variante tampoco es poética: sólo es

abominable.

Borges: La otra es vanidad. El error de Lugones.

Sábato: ¿No le parece que La guerra gaucha es absolutamente ilegible?

Borges: Desde luego. Pienso que lo hizo un poco para probar que él también podía jugar a

ese juego.

Sábato: Yo pienso que lo hizo de veras, quizá movido por un oscuro sentimiento de

inferioridad. El deseo de probar que el podía escribir como ciertos clásicos. Y aun peor.

Pero claro, Lugones tiene también versos hermosos y austeros.

Borges: Aunque a veces le ocurren cosas espantosas, como aquel soneto que termina así:

Poblóse de murciélagos el combo cielo, a manera de chinescos biombos... Su voz parece

deleitarse en la repetición irónica grandilocuente de estos versos. Poblóse de murciélagos el

combo cielo, a manera de chinescos biombos...

Sábato: Parece una letra de tango de la época modernista. Pero Lugones tiene poemas muy

lindos. ¿tPor qué no recita alguno, usted que tiene tanta memoria?

Borges: (No titubea, se abstrae un momento y luego recita) Nuestra tierra quiera salvarnos

del olvido por estos cuatro siglos que en ella hemos servido Y este otro: Yo que soy

montañés sé lo que vale la amistad de la piedra para el alma Y también éste: Al promediar

la tarde de aquel día, cuando iba mi habitual adiós a darte, fue una vaga congoja de

dejarte... lo que me hizo saber que te quería. La voz de Borges, la mirada vaga, los poemas,

me han emocionado. Veo que Sábato quiere acompañar ese silencio con un poco de whisky

Borges se ha quedado callado.

Barone: Sábato, usted acaba de decir que los vanguardistas entraban por la ventana con su

verbalismo. ¿Por qué no lo explica?

Sábato: Dije "ciertas" formas de vanguardismo. Por el momento sólo quiero recordar que

en aquellas reuniones de que hablábamos al comienzo, uno de los temas que nos

apasionaban era ese del lenguaje. La necesidad de un lenguaje preciso. Bioy Casares era

partidario de un idioma desnudo, que él maneja admirablemente bien.

Borges: Adolfo decía que yo soy propenso a lo sentencioso. Lo cual es cierto.

Sábato: No sé qué alcance le quiere dar a esa calificación. Quizá se refiera más bien a

frases pretenciosas. Porque los aforismos son sentenciosos y tienen una enorme fuerza,

reúnen eficacia y belleza. Creo, no confío demasiado en mi memoria, que Wilde dijo algo

como: "Todos los hombres nacen reyes y mueren en el destierro". Extraordinaria frase.

Borges: Es que Wilde era ciertamente ingenioso, pero no todos nacen reyes.

Sábato: O esa frase de La Rochefoucauld: "Todos tenemos bastante fuerza para soportar

los males ajenos". Ese assez de force es lo más perversamente exacto de todo ¿no? Por eso

no se puede rechazar lo sentencioso en si: hay que negarlo cuando es malo. Y porque es

malo, no porque sea sentencioso.

Borges: (Asintiendo) Una vez le pregunté a Henríquez Ureña si le gustaban las fábulas. Y

me contestó: "No soy enemigo de los géneros". Fue una respuesta muy sabia. Algo marcha

mal en el grabador. Nunca confié en el mecanismo. En este momento reniego. Sábato y

Borges siguen conversando indiferentes a mis denodados esfuerzos por reparar lo que no

entiendo. Al fin un golpe seco lo hace andar. Han pasado tres o cuatro minutos. Retomo la

charla sobre la voz de Borges, quien parece haber percibido mi combate mecánico.

Borges: Enrique Amorim, que era oriental, cuando algo andaba mal decía: "Uruguayo y

basta". Y aquí cuando chico se solía decir: "Más criollo que el olor feo". Ahora no se diría

eso ¿no? En aquel tiempo parece que el país era más sensato... Había un negocio en la

Avenida de Mayo con un cartelito que aseguraba: "Argentino, pero bueno". (Sonríe)

Barone: Cuando estaba preocupado por el grabador alcancé a oír algo sobre el lenguaje

francés y las traducciones. Escuché un nombre: Federico el Grande.

Sábato: Le estuve diciendo a Borges que el prestigio de Francia en los siglos XVII y XVIII

fue tan grande que Federico II leyó la metafísica de Christian Wolff en francés, no en

alemán, su lengua de origen.

Borges: Es que Federico II tenía un conocimiento rudimentario del alemán. Lo consideraba

una lengua bárbara.

Sábato: Sí, el alemán no tenía aún suficiente prestigio como lengua culta. Pero hubo algo

más impresionante todavía. El romanticismo alemán se impuso gracias al impulso desde

Francia y sin embargo es un movimiento esencialmente germánico. Es la dialéctica de

ciertos procesos espirituales: nos conocemos a través de otros. Aquí Echeverría introdujo

los románticos europeos y así Alberdi pudo darse cuenta de la belleza del ceibo. Nada

menos.

Barone: Disculpen, me perdí esa parte cuando hablaban de Baudelaire y Poe.

Borges: Decía que si Baudelaire no traduce a Poe, quizá mucha gente en América no habría

leído sus poesías.

Sábato: Hay que reconocer que lo mejoró.

Borges: Sí, es cierto, El cuervo es sencillamente espantoso.

Borges: Parece extraño, Borges, pero ¿por qué, entonces, ese poema pasó a ser tan

conocido?

Borges: Poe dice que quiso hacer un poema que fuera popular. Explica que se propuso

cierto número de líneas... también debe haber influido el hecho de que el cuervo es un

animal prestigioso... Con un loro no habría podido, ¿no? De todas maneras sé que en

Estados Unidos lo consideran un mal poeta. Los cuentos en cambio son muy buenos.

Tampoco Omar Kahyyam es considerado buen poeta en Persia, pero su traductor inglés lo

hizo famoso.

Barone: Siempre me pregunté como será eso de traducir a otros idiomas como el chino por

ejemplo.

Sábato: Eso nunca se podrá comprobar (risas). Si ya con lenguas indoeuropeas es

imposible la traducción, podemos suponer lo que será el pasar a lenguas como el chino. En

rigor, cualquier traducción es falsa, no hay equivalentes exactos.

Borges: Eso es culpa de los diccionarios, que han hecho creer que hay equivalentes y no

los hay. Y también de los traductores que no comprenden que no es lo mismo traducir una

obra de la que han transcurrido centenares de años y otra contemporánea. Cuando Poe o

Lawrence tradujeron La Odisea pudieron recrearla con plena libertad porque era una lengua

muerta. En cambio cuando se trata de un idioma contemporáneo, como por ejemplo el de

Whitman, no veo otra posibilidad que la de una versión como la mía, un tanto personal y a

la vez con un rigor resignado.

Sábato: "Amar" en castellano no es lo mismo que en francés. En francés "se ama" un bife o

el arroz. Creo, Borges, que ni siquiera podría decirse que se puede pasar del castellano al

castellano: desde el momento en que el primer conquistador pisó América la palabra

"llanura" tuvo otro significado que en España.

Borges: Por supuesto, es lo mismo que pasa con el inglés y el americano.

Sábato: Bernard Shaw dijo: "Una lengua común nos separa". Un aforismo casi hegeliano.

Ahora reímos. Es el final de la charla. Ha llegado Anneliese a buscar a Borges. Y Renée

Noetinger, la dueña de casa, insiste en la última vuelta de whisky, que Sábato y yo

aceptamos. Borges, contento, recuerda que en la escuela había aprendido algunas nociones

de "lunfardo básico". ¿Cuáles? pregunta Sábato. "Biaba" y "Biaba con caldo" cuando venia

con sangre contesta Borges levantándose lentamente. Se han ido por el pasillo. Me quedo

un momento solo en la sala. Solo no. En mi mano, la cinta grabada es un símbolo.

FUENTE:

http://www.geocities.com/leerasabato/dialogos.htm

GRUPO ECUATORIANO DE CREACIÓN LITERARIA LA.KBZUHELA.

http://lakbzuhela.blogspot.com/

http://www.lakbzuhela.es.tl/

PARA INFORMACIÓN ESCRÍBENOS A:

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