Papel LiterarioUna máscara (más) del totalitarismo E l 14 de julio de 1938 apareció publicado en el Giornale d ’ Italia un texto sin firma con el título "El fascismo y los problemas de la raza". Menos de dos semanas después, se supo que su redacción había sido ordenada por Mussolini y avalada por un grupo de dieciséis eminencias científicas del régimen.
Ese texto, que ha pasado a la historia como el "Manifiesto de la raza", constituye la primera y más completa justificación política del antisemitismo oficial del régimen fascista italiano.
Nótese este hecho singular, nunca mejor dicho: bastó con la publicación de un sucinto escrito anónimo en uno de los más venerables diarios romanos, fundado en 1901 por liberales monárquicos, para poner en marcha la compleja máquina de discriminación de los judíos italianos, su reclusión en campos de internamiento y, por último, su deportación a campos de concentración y exterminio en Alemania y Polonia. Casi todos ellos con varias generaciones de arraigo en la península a sus espaldas, y perfectamente asimilados desde la Unificación del Reino, el 18 de febrero de 1861.
Sigamos. El 25 de julio de 1938, es decir once días después de la divulgación del "Manifiesto", el Partido Fascista anunció que incorporaba a su ideario el dogma de que "los hebreos no pertenecen a la raza italiana", es decir, el noveno de los diez principios raciales expuestos en "El fascismo y los problemas de la raza".
Otros once días más tarde, el 5 de agosto, apareció la primera entrega de La Difesa Della Razza (La defensa de la raza), revista financiada por el régimen y destinada a divulgar la nueva doctrina; que consistía, esencialmente, en una mezcolanza de eugenismo y racialismo, por una parte, y ultranacionalismo fascista, por otro. Y ese mismo mes de agosto, además de dotarse el Ministerio de la Cultura Popular de una "Oficina de la raza", el Ministerio del Interior ordenó que uno de los principales instrumentos de control del régimen, la Demorazza, procediera de inmediato a censar a todos los judíos de Italia. A pesar de la premura y el verano, la orden fue ejecutada con celeridad: antes de noviembre, el nuevo censo arrojaba la presencia de 53.416 judíos residentes en el país. Es decir, aproximadamente el 1 por mil de la población del Reino.
Ítem más. El 5 de setiembre de ese mismo año, el régimen de Mussolini aprobó las primeras leyes antisemitas. Aún más severas que las leyes de Núremberg, en vigor en Alemania desde hacía tres años: prohibición de escolarización formal para los niños judíos; prohibición a los judíos de trabajar en la administración; imposición de condiciones discriminatorias en el acceso a o el ejercicio de las profesiones liberales; limitaciones varias al usufructo de bienes patrimoniales. A la minoría de judíos naturalizados italianos, orden les fue intimada de abandonar el país. (1) En cuanto a los judíos italianos de origen, su expulsión de los principales ámbitos de la vida social y económica los dejaba inermes ante las amenazas de internamiento y deportación, que la República de Saló se encargaría de hacer realidad durante el otoño de 1943. Cabe recordar que de los aproximadamente 32.200 judíos italianos sobre los que en esa fecha pendía la amenaza de internamiento y deportación, 7.658 no regresaron de los campos.
Hasta aquí, el grueso de lo relativo a la discriminación, persecución y deportación de judíos en Italia. Este cuadro es conocido desde hace tiempo: la historiografía italiana lo ha trazado con detalle, desde la Historia de los hebreos italianos bajo el fascismo (1961), de Renzo De Felice. Desde este ángulo, es decir en lo relativo al establecimiento de los hechos, La Italia fascista y la persecución de los judíos, de Marie-Anne Matard-Bonucci, no aporta nada nuevo. No se trata de una de esas investigaciones históricas que sacan a la luz una realidad desconocida, o sólo parcialmente conocida pero no establecida. A diferencia, por ejemplo, de Vichy France (1972), donde Anthony Paxton develaba el alcance real de la colaboración de las autoridades del régimen de Pétain en la deportación de judíos en Francia. Por no hablar, claro está, de La destrucción de los judíos europeos, de Raul Hilberg, que desde la primera publicación de esta obra en 1961 y en sus sucesivas reescrituras y ampliaciones, hace realidad el sueño de cualquier historiador: trazar con comprobable detalle el mapa de un territorio brumoso emborronado por la ignorancia, a veces deliberada, y no pocas manipulaciones políticas y restituir con claridad la verdad factual.
Dicho lo cual, conviene matizar el aserto de que el ensayo de Matard-Bonucci no descubre nada que no supiéramos en el terreno de los hechos. La exhaustividad en el trabajo de las fuentes --no sólo los habituales archivos oficiales o los de la comunidad judía de Livorno, por ejemplo, sino también los textos e iconografía de propaganda en publicaciones periódicas italianas de la época-- permite que la autora hile muy fino. Así, verbigracia, de la participación de la policía italiana en el proceso de arresto y detención: se sabía de su importancia --41 % de estas operaciones fueron obra de fuerzas locales--, pero la historiadora francesa pone por primera vez en perspectiva este y otros datos concomitantes (las violencias que acompañaron las detenciones de judíos por la policía o las milicias italianas). Este es uno de los rasgos más reseñables del método de Matard-Bonucci: su capacidad de reunir, sintetizar y poner en relación un cúmulo de datos y hechos, extraídos de las más diversas fuentes. Lo que supone la realización de otro sueño de historiador, tan difícil de alcanzar, si no más, como el ya referido: dar un retrato a la vez exacto y vivo de una compleja y brumosa realidad histórica.
Pero la verdadera novedad de La Italia fascista y la persecución de los judíos es la tesis misma que la autora se ha propuesto demostrar. Contrariamente a otros historiadores del antisemitismo fascista, de De Felice a Michele Sarfatti, Matard-Bonucci refuta que la legislación antisemita del régimen mussoliniano fuera bien una derivación del racismo imperialista fraguado al calor de la invasión de Etiopía (tesis de De Felice), o la prolongación de un sustrato antisemita previo en el fascismo italiano (tesis de Sarfatti).
Para Matard-Bonucci, nada en el fascismo italiano --ni en su cuerpo doctrinal ni en la aplicación de su ideario al ámbito político en los dieciséis largos años previos de gobierno fascista-- presagiaba el brutal giro antisemita del régimen. Y ello, además, en un país como Italia, donde a diferencia de Alemania y Francia, no existía una sólida tradición antisemita racialista, y cuya comunidad judía era la más arraigada y asimilada de Europa. (2) En un contexto como este, pues, Matard-Bonucci razona que el fascismo no tenía motivos para adoptar y aplicar políticas de Estado antisemitas.
Entonces, ¿por qué el giro antisemita? Descontada la fascinación por la Alemania nazi cultivada por Mussolini y los jerarcas fascistas, lo cierto es que Italia no recibió presiones de su aliado del Eje --al menos, no antes de 1938-- para adoptar una legislación antisemita ad hoc. Y aquí es donde Matard-Bonucci introduce su audaz tesis: los fascistas quisieron radicalizar el régimen, porque lo que perseguían era la formación de una sociedad totalitaria. Y ello suponía, ante todo, cortar de raíz con la tradición del Unitarismo (liberal, monárquico y católico) sobre el que reposaba el edificio de la Italia reunificada desde 1861. Para lograrlo, había que "movilizar" a la nación italiana contra un enemigo. ¿Y qué mejor enemigo que el eterno chivo expiatorio en Europa: el judío? El interés del análisis de Matard-Bonucci se desprende casi por sí solo de la demostración de su tesis. Porque si en aquella Italia, que a pesar del fascismo mussoliniano seguía tan imbuida de unitarismo patriótico y tan históricamente inmune era al potente virus del racialismo antisemita, fue posible adoptar políticas destinadas a la erradicación de los judíos y aplicarlas en medio de la casi total indiferencia de la población, cabe tomarse muy en serio las previsibles consecuencias de cualquier experimento totalitario. Aun de los aparentemente improvisados y caóticos.
Como el que, sin ir más lejos, puede observar hoy cualquiera, detrás de los acogedores muros de esta sala del Museo Sefardí de Caracas.
Este texto fue leído como presentación de La Italia fascista y la persecución de los judíos, de Marie-Anne Matard-Bonucci, el 20 de marzo de 2011 en el Museo Sefardí de Caracas. |
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Notas 1 Para las dos terceras partes de los 3.000 judíos residentes en Italia pasibles de esta medida, procedentes de países centroeuropeos, la orden de expulsión, a esas alturas, equivalía a una condena a muerte.
2 Asimilación: los matrimonios mixtos representaban 30 % de las uniones celebradas, contra 14 % en Hungría y 11 % en Alemania; arraigo: la mayoría de los judíos italianos se consideraban al menos tan "italianos" como "judíos", cuando no antes lo primero que lo segundo. |
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