martes, 28 de mayo de 2013


                           La  Guayabera  de Picasso


                                                                                                           William Ramírez  M.


                                                                                                          ( warmol@gmail.com )

Humberto y Castalia  eran anfitriones de un  grupo de  amigos del arte y   yantaban un almuerzo preparado por una cheff francesa quien  decoraba los entremeses y los condumios con un refinado estilo plástico pareciendo que  los invitados ingerían pequeñas obras de arte acompañadas de vino y champán. Castalia solazándose entre los invitados en su papel de anfitriona  observó a uno de los invitados  extrovertido  y encantador que se desplazaba entre los grupos participando rápidamente en las conversaciones e ingiriendo champán sin parar. El agasajo se extendió hasta entrada la noche y  fue de los últimos en marcharse con alto grado de embriaguez se despidió:  ¡Ha sido una tarde extraordinaria ¡


¡Como en mis mejores tiempos en  París!

Y  salió sólo tal  como había llegado. A mediados de la semana siguiente Castalia  le informa  que Amadeus Rebolledo  había telefoneado solicitándole una reunión y se había identificado como el pianista y había compartido con ellos el agasajo.  Castalia lo recordó  por la frase que oyó cuando otro de los  invitados le decía  : “  A ti te jodió Picasso “’ pero no se lo comentó a Humberto . Acordaron recibirlo el sábado a las tres de la tarde.







Con puntualidad inglesa se presentó a la cita portando una carpeta llena de papeles y una pequeña  caja de cartón sin adornos. Lo identificaron como el  invitado bebedor de champaña. Pasaron a la terraza y al  sentarse el pianista comienza a contarle los vaivenes de su vida.  Humberto se siente un poco incómodo por la forma familiar y directa en que los detalla  pero la jovialidad y apreciable sinceridad junto a los hechos narrados le permiten relajarse. Mi infancia transcurrió debajo o  frente a un piano.  ¡ Fui un niño prodigio ! A los trece años di mi primer concierto  !Un virirtuoso desde pequeño!  y a los dieciocho años  becado para profundizar los estudios de piano en el Conservatorio de París.  Mientras hablaba Humberto lo observaba: contextura delgada, piel morena, mediana estatura y  lentes  de montura negra,  extrovertido, nervioso, gesticuloso.  

¡Conocí a Picasso y fuimos amigos cercanos!

Mira a Humberto y al notar cierto escepticismo en su mirada con énfasis pero sonriente dice: En mi primer año en París viajé a la rivera francesa donde sabía que él pasaba el verano pintando en un solar anexo a una galería de arte. Una mañana burlando la vigilancia de los dueños penetré por una ventana y me lancé a correr a su encuentro ya que trabajaba en el fondo del solar. Un par de enormes perros boxer me perseguían pero mientras corría gritaba:


¡Señor Picasso! ¡Señor Picasso!


¡Soy  venezolano!


 Y cuando los perros estaban dándome alcance una voz potente y clara los detuvo. El dueño de la galería jadeando llegó hasta el sitio buscando echarme pero él le pidió que me dejara tranquilo que era su amigo.


Humberto permanecía asombrado y enmudecido. No atinaba  a saber  si estaba ante un charlatán, y buscando indagar más  agregó:


 ¡Continúe señor Rebolledo, es sorprendente lo que usted cuenta!


Le informé que era pianista  y llevaba días esperando la oportunidad de conocerlo para  enseguida  agregar: Acoplamos nuestras personalidades desde el principio. Él con su magnetismo gestual, penetrante mirada, agilidad mental y vitalidad y asombrado ante mi osadía por conocerlo. Sentía por él una gran admiración y su presencia no me intimidaba. Yo, también, era un artista, un virtuoso del piano. Así que me mostré simpático, extrovertido  y le informé que era concertista e intérprete de los grandes clásicos y profundizaba mis estudios en el Conservatorio de París. Para mi suerte, ese día estaba sosegado y de repente lo abordó y divierto. Suspendió la pintura, me invitó a su casa y pasamos juntos el resto del día. Luego de ingerir una copa de vino continuó: Las visitas a la casa se repitieron los siguientes días y me integré al clan Picasso llamado “Cosa Nostra”. Una pirámide formada por su familia y amigos en cuya cumbre estaba él en su papel de Dios Zeus. La tarea del clan era divertirlo, protegerlo de los intrusos y las citas prolongadas. El nos llamaba la “Sua Costra”.


En las mañanas frecuentábamos una playa privada acompañados de su mujer  y sus pequeños  hijos. Ellos le pedían que los dibujase sobre la arena y usando una de las pequeñas paletas que los niños habían llevado para jugar  en  pocos minutos trazaba unas escasas pero maravillosas lineas esbozándolos aunque las olas prontamente las deshacían. Era renuente a hacerlo pero recuerdo una muy especialmente: cuando me delineó sentado con sus hijos sobre cada una de mis piernas. Quería  cortar el retablo antes que las olas destruyeran el boceto. Quisé detenerlas con mis manos cuando las vi acercándose y así salvar aquella obra efímera pero preciosa.  Hacíamos largos almuerzos a veces  hasta las seis de la tarde y algunas noches íbamos a cenar a selectos restaurantes en donde él disfrutaba de su  circo y yo tocaba el piano.


Humberto controlaba su entusiasmo por lo que oía. Su interlocutor le narraba episodios vividos a plenitud con el genio de la pintura del siglo XX, a quién se consideraba “Un Sol” . A fin de ordenar sus pensamientos  lo invitó a degustar los entremeses que Castalia les había servido.  Mientras lo hacía Amadeus parecía estar sumido en sus recuerdos y de repente mostrando  convicción y certeza afirmó : A finales de ese verano recibió unas tintas especiales del Japón que atravezaban instantáneamente la tela sin expanderse. Yo ni corto ni perezoso le propuse que la ensayara de inmediato en una guayabera blanca de  algodón que yo vestía, y puesta mi camisa sobre la espalda de su mujer pintó por el frente dos centauros uno flaco  y otro gordo  y por detrás un fauno de ojos glaucos y dulce mirada en un período que no alcanzó los veinte minutos.


¡Dos hermosos dibujos que se convertían en una obra de arte sobre mi guayabera!


Permaneció en silencio unos pocos segundos mirando a Humberto quien permanecía  callado hilvanando cada detalle que oía y luego prosiguió:


¡Por supuesto, que no le pedí que la firmara, pues tratándose de un regalo cuya originalidad no admitía duda, hubiese sido una falta imperdonable!


Lo dejé para otra oportunidad y así sucedió y dedicó : “A Amadeus Rebolledo, mi amigo,  y el mas salado tocador de piano, cariñosamente, Picasso” Luego de detallar los papeles y fotos ya no le quedaban dudas.  Habían compartido una estrecha amistad.


 ¿y dónde está la guayabera?


¡La vendí!  


¿A quién?


¡A una galería !


¿Por qué?


¡Necesitaba dinero para permanecer en París¡


¡ En cuánto ya no importa, cualquiera cifra que le diga es pírrica!.


¿Inmenso error cometió usted? 


También, me obsequió  dibujos dedicados  para ilustrar los programas de mis conciertos.


¿Y dónde están los dibujos?


¡Los vendí!, pero aquí tengo copias ¡


 Humberto no insistió en conocer otras razones que justificarán esas ventas. No entendía por qué Amadeus Rebolledo le había contado esa atrayente a veces feliz y otras triste historia, y  al hacerlo recordaba un pasado muy grato que trataba de trasladar al presente pero sin lograrlo. Su apariencia física, gestos y matices en el relato indicaban que  sólo  tristes recuerdos afloraban. Tratando de animarlo y buscando conocer más  le manifestó: Señor Rebolledo, por favor, ¿Explíqueme que le ha pasado? ¿Por qué no siguió dando sus conciertos en Europa?


Amigo, ¿Lo puedo llamar amigo?  ¡Sí,  por supuesto!


¡Tener la camisa colgada en la pared de mi apartamento en París,  en lugar de un aliciente se convirtió en una obsesión de querer seguir estando en su círculo! y cesé en mi entrenamiento y conciertos de piano. ¡Quise ser pintor!. La última vez que lo ví estaba aislado del mundo exterior y sólo quería por su avanzada edad dedicar el mayor tiempo posible a pintar. 


¿ Señor Rebolledo  han pasado muchos años desde su muerte y usted parece que lo recuerda cada día?   


¡Cierto!


Luego de la última vez que lo vi, visité los centros artísticos y culturales de Francia hablando de la camisa como carta de presentación. Se abrieron muchas puertas pero  con la llegada de cada verano arribaban la tristeza y recuerdos de los tiempos compartidos en su circo. Ya no me satisfacía ser un intérprete de los grandes clásicos quería crear música  pero no lo lograba, me sentía cada día más vacío ; y  escasearon los conciertos en Europa y tuve que buscarlos en latinoamérica. Así pasaron varios años pero los ingresos que obtenía en esos paises pagados con dinero devaluado ya no  permitían vivir en Francia en el modo a que estaba acostumbrado, Por  permanecer en París cometí el gran error de mi vida.  Vendí la camisa y los dibujos. Sus ojos lagrimearon por un rato.


Despues de permanecer en silencio por espacio de unos minutos  se recuperó y  le entregó  la pequeña caja que había traído expresándole:


 ¡Decidí que sean ustedes quienes se queden con una copia de la camisa!


Sin mi autorización hicieron dos mil copias de la camisa borrando la dedicatoria en la original y dejando sólo la firma. Humberto abre la caja y se encuentra con una camisa tipo guayabera de lino blanco que tiene por el frente los dos centauros y por la espalda el fauno de ojos claros y dulce mirada y la firma de Picasso. Señor Rebolledo es un honor que me hace pero pienso que debo compensarlo


 ¿Cuánto le pago?


¡Son tres mil dólares, el precio al que vendieron las restantes copias!


 ¡Discúlpeme, tengo el piano con el que doy clases empeñado!


 Sintiéndose conmovido ante la petición de ayuda que le hacían  contestó


 ¡Okey señor Rebolledo la tomaré para ayudarlo a recuperar su piano pero dejo claro que es algo que le pertenece y podemos revertir la venta cuando usted lo desee!


 ¿Por qué le borraron la dedicatoria?


¡Por comercio para hacer dos mil copias y venderlas!


¿Y no reclamó?


¡Sí, me fui a Paris!


Gasté dinero prestado en estadía y abogados. Perdí la pelea legal exigiendo una compensación económica. La Fundación  Picasso tampoco me apoyó. El jurado dictaminó que al vender la camisa había perdido mis derechos sobre la dedicatoria.


¿Y esta copia?


¡Me la mandaron  los hijos de Picasso ¡ ¡Con una amable carta excusándose por no haber podido ayudarme!


¿Y dónde está la original?


Es propiedad de un empresario, la compró a la galería y acordó con la Fundación hacer las copias y con rabia adicionó


 ¡Ya no vale nada!  ¡Al borrarle la dedicatoria cambiaron la obra!  ¡Ahora es otra y no es auténtica! ¡ Él  la pintó como un himno a nuestra amistad! ¡Si no tiene sus palabras ya no es su obra!


Humberto quedó sorprendido por la apreciación de Amadeus sobre la autenticidad de la camisa.  Si no lo fuese, tampoco, la copia tenía valor. No valía la pena argumentarle  sobre este punto en el estado emocional en que se encontraba.  Ahora, sólo quería ayudarlo a recuperar su piano: Siento mucho su desventura, es triste lo sucedido pero respeto sus motivos.


¡Imagino lo que significa para usted haberse desprendido de ella y  la hayan cambiado borrándole la dedicatoria!.


¡Sí, me arrepiento cada minuto! ¡Mi vida cambió!


Oigo  su voz reclamándome:


 ¡No la hizo para otros sino para mí!


Sus ojos  ocupan el lugar de los del fauno y su fuerte mirada reemplaza la dulce y emiten rayos que me persiguen a todas partes. Con lagrimas en los ojos le entregó  la carpeta diciéndole:


¡Quédese con ella!


¡No quiero seguir leyendo y viendo las fotos diariamente!


Y se levantó para marcharse. Humberto lo retuvo y mandó a descorchar una botella de champán que bebieron lentamente conversando  sobre su trabajo actual. Los conciertos habían cesado, sus dedos artrosiados no le ayudaban a mantener un buen performance. Estaba dedicado a la docencia. Al vaciarse la botella le entregó el cheque y lo acompañó hasta la puerta. Se despidieron amablemente pero la mente de Humberto está llena de dudas y conjeturas. Va a donde se encuentra Castalia para contarle la sorprendente historia del pianista y mostrarle la copia de la camisa.  Al oír el relato Castalia queda desconcertada y recuerda la frase de uno de los invitados “ A ti te jodió Picasso “. En vez de una suerte esa amistad fue una desgracia para el pianista. Había sucedido con casi todos los que tuvieron muy cerca de este genio. Fue un sol  quemante para  quienes lo amaron.

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