La
Guayabera de Picasso
William
Ramírez M.
Humberto y Castalia eran anfitriones de un grupo de
amigos del arte y yantaban un almuerzo preparado por una cheff
francesa quien decoraba los entremeses y
los condumios con un refinado estilo plástico pareciendo que los invitados ingerían pequeñas obras de arte acompañadas
de vino y champán. Castalia solazándose entre los invitados en su papel de
anfitriona observó a uno de los
invitados extrovertido y encantador que se desplazaba entre los
grupos participando rápidamente en las conversaciones e ingiriendo champán sin
parar. El agasajo se extendió hasta entrada la noche y fue de los últimos en marcharse con alto
grado de embriaguez se despidió: ¡Ha sido una tarde extraordinaria ¡
¡Como en mis mejores tiempos en París!
Y salió sólo tal
como había llegado. A
mediados de la semana siguiente Castalia le informa que Amadeus Rebolledo había telefoneado solicitándole una reunión y
se había identificado como el pianista y había compartido con ellos el agasajo.
Castalia lo recordó por la frase que oyó cuando otro de los invitados le decía : “ A
ti te jodió Picasso “’ pero no se lo comentó a Humberto . Acordaron recibirlo
el sábado a las tres de la tarde.
Con
puntualidad inglesa se presentó a la cita portando una carpeta llena de papeles
y una pequeña caja de cartón sin adornos. Lo identificaron como el invitado bebedor de champaña. Pasaron a la terraza y al sentarse el pianista comienza a contarle los
vaivenes de su vida. Humberto se siente un poco incómodo por la forma
familiar y directa en que los detalla pero la jovialidad y apreciable sinceridad
junto a los hechos narrados le permiten relajarse.
Mi
infancia transcurrió debajo o frente a
un piano. ¡ Fui un niño prodigio ! A los trece años di
mi primer concierto !Un virirtuoso desde
pequeño! y a los dieciocho años becado para profundizar los estudios de piano
en el Conservatorio de París. Mientras hablaba Humberto lo observaba: contextura delgada, piel morena, mediana estatura
y lentes
de montura negra, extrovertido,
nervioso, gesticuloso.
¡Conocí a Picasso y fuimos amigos cercanos!
Mira a Humberto y al notar
cierto escepticismo en su mirada con énfasis pero sonriente dice: En mi primer año en París viajé a la rivera francesa
donde sabía que él pasaba el verano pintando en un solar anexo a una galería de
arte. Una mañana burlando la
vigilancia de los dueños penetré por una ventana y me lancé a correr a su
encuentro ya que trabajaba en el fondo del solar.
Un par de enormes perros boxer me perseguían pero mientras corría gritaba:
¡Señor Picasso! ¡Señor Picasso!
¡Soy venezolano!
Y cuando los perros estaban dándome alcance
una voz potente y clara los detuvo. El
dueño de la galería jadeando llegó hasta el sitio buscando echarme pero él le
pidió que me dejara tranquilo que era su amigo.
Humberto permanecía asombrado y
enmudecido. No atinaba a saber si estaba ante un charlatán, y buscando
indagar más agregó:
¡Continúe señor Rebolledo, es sorprendente lo
que usted cuenta!
Le informé que era
pianista y llevaba días esperando la
oportunidad de conocerlo para enseguida agregar:
Acoplamos nuestras personalidades desde el principio. Él con su magnetismo
gestual, penetrante mirada, agilidad mental y vitalidad y asombrado ante mi
osadía por conocerlo. Sentía por él
una gran admiración y su presencia no me intimidaba.
Yo, también, era un artista, un virtuoso del piano.
Así que me mostré simpático, extrovertido
y le informé que era concertista e intérprete de los grandes clásicos y
profundizaba mis estudios en el Conservatorio de París. Para mi suerte, ese día
estaba sosegado y de repente lo abordó y divierto.
Suspendió la pintura, me invitó a su casa y pasamos juntos el resto del día. Luego de ingerir una copa de vino continuó: Las
visitas a la casa se repitieron los siguientes días y me integré al clan
Picasso llamado “Cosa Nostra”. Una
pirámide formada por su familia y amigos en cuya cumbre estaba él en su papel
de Dios Zeus. La tarea del clan era
divertirlo, protegerlo de los intrusos y las citas prolongadas. El nos llamaba la “Sua Costra”.
En las mañanas frecuentábamos
una playa privada acompañados de su mujer y sus pequeños
hijos. Ellos le pedían que los dibujase sobre la arena y usando una de
las pequeñas paletas que los niños habían llevado para jugar en
pocos minutos trazaba unas escasas pero maravillosas lineas esbozándolos
aunque las olas prontamente las deshacían.
Era renuente a hacerlo pero recuerdo una muy especialmente: cuando me delineó sentado con sus hijos sobre cada
una de mis piernas. Quería cortar el retablo antes que las olas
destruyeran el boceto. Quisé
detenerlas con mis manos cuando las vi acercándose y así salvar aquella obra
efímera pero preciosa. Hacíamos largos almuerzos a veces hasta las seis de la tarde y algunas noches
íbamos a cenar a selectos restaurantes en donde él disfrutaba de su circo y yo tocaba el piano.
Humberto controlaba su entusiasmo
por lo que oía. Su interlocutor le
narraba episodios vividos a plenitud con el genio de la pintura del siglo XX, a
quién se consideraba “Un Sol” . A fin de ordenar sus pensamientos lo invitó a degustar los entremeses que Castalia
les había servido. Mientras lo hacía Amadeus parecía estar sumido
en sus recuerdos y de repente mostrando
convicción y certeza afirmó :
A finales de ese verano recibió unas tintas especiales del Japón que
atravezaban instantáneamente la tela sin expanderse.
Yo ni corto ni perezoso le propuse que la ensayara de inmediato en una guayabera
blanca de algodón que yo vestía, y
puesta mi camisa sobre la espalda de su mujer pintó por el frente dos centauros
uno flaco y otro gordo y por detrás un fauno de ojos glaucos y dulce
mirada en un período que no alcanzó los veinte minutos.
¡Dos hermosos dibujos que se
convertían en una obra de arte sobre mi guayabera!
Permaneció en silencio unos
pocos segundos mirando a Humberto quien permanecía callado hilvanando cada detalle que oía y
luego prosiguió:
¡Por supuesto, que no le pedí
que la firmara, pues tratándose de un regalo cuya originalidad no admitía duda,
hubiese sido una falta imperdonable!
Lo dejé para otra oportunidad y
así sucedió y dedicó : “A Amadeus Rebolledo, mi amigo, y el mas salado tocador de piano,
cariñosamente, Picasso” Luego de detallar los papeles y fotos ya no le quedaban
dudas. Habían compartido una estrecha amistad.
¿y dónde está la guayabera?
¡La vendí!
¿A quién?
¡A una galería !
¿Por qué?
¡Necesitaba dinero para
permanecer en París¡
¡ En cuánto ya no importa, cualquiera
cifra que le diga es pírrica!.
¿Inmenso error cometió
usted?
También, me obsequió dibujos dedicados para ilustrar los programas de mis
conciertos.
¿Y dónde están los dibujos?
¡Los vendí!, pero aquí tengo
copias ¡
Humberto no insistió en conocer otras razones
que justificarán esas ventas. No
entendía por qué Amadeus Rebolledo le había contado esa atrayente a veces feliz
y otras triste historia, y al hacerlo
recordaba un pasado muy grato que trataba de trasladar al presente pero sin
lograrlo. Su apariencia física,
gestos y matices en el relato indicaban que sólo
tristes recuerdos afloraban. Tratando
de animarlo y buscando conocer más le manifestó: Señor Rebolledo, por favor, ¿Explíqueme que le ha
pasado? ¿Por qué no siguió dando sus conciertos en Europa?
Amigo, ¿Lo puedo llamar
amigo? ¡Sí, por supuesto!
¡Tener la camisa colgada en la
pared de mi apartamento en París, en
lugar de un aliciente se convirtió en una obsesión de querer seguir estando en
su círculo! y cesé en mi entrenamiento y conciertos de piano. ¡Quise ser pintor!. La última vez que lo ví estaba
aislado del mundo exterior y sólo quería por su avanzada edad dedicar el mayor
tiempo posible a pintar.
¿ Señor Rebolledo han pasado muchos años desde su muerte y usted
parece que lo recuerda cada día?
¡Cierto!
Luego de la última vez que lo
vi, visité los centros artísticos y culturales de Francia hablando de la camisa
como carta de presentación. Se abrieron muchas puertas pero con la llegada de cada verano arribaban la
tristeza y recuerdos de los tiempos compartidos en su circo. Ya no me satisfacía ser un intérprete de los
grandes clásicos quería crear música pero
no lo lograba, me sentía cada día más vacío ; y escasearon los conciertos en Europa y tuve que
buscarlos en latinoamérica. Así pasaron
varios años pero los ingresos que obtenía en esos paises pagados con dinero
devaluado ya no permitían vivir en Francia
en el modo a que estaba acostumbrado, Por permanecer en París cometí el gran error de mi
vida. Vendí la camisa y los dibujos. Sus ojos
lagrimearon por un rato.
Despues de permanecer en
silencio por espacio de unos minutos se
recuperó y le entregó la pequeña caja que había traído expresándole:
¡Decidí que sean ustedes quienes se queden con
una copia de la camisa!
Sin mi autorización hicieron
dos mil copias de la camisa borrando la dedicatoria en la original y dejando
sólo la firma. Humberto abre la caja
y se encuentra con una camisa tipo guayabera de lino blanco que tiene por el
frente los dos centauros y por la espalda el fauno de ojos claros y dulce
mirada y la firma de Picasso. Señor
Rebolledo es un honor que me hace pero pienso que debo compensarlo
¿Cuánto le pago?
¡Son tres mil dólares, el
precio al que vendieron las restantes copias!
¡Discúlpeme, tengo el piano con el que doy
clases empeñado!
Sintiéndose conmovido ante la petición de
ayuda que le hacían contestó
¡Okey señor Rebolledo la tomaré para ayudarlo
a recuperar su piano pero dejo claro que es algo que le pertenece y podemos
revertir la venta cuando usted lo desee!
¿Por qué le borraron la dedicatoria?
¡Por comercio para hacer dos
mil copias y venderlas!
¿Y no reclamó?
¡Sí, me fui a Paris!
Gasté dinero prestado en
estadía y abogados. Perdí la pelea
legal exigiendo una compensación económica.
La Fundación Picasso tampoco me apoyó. El jurado dictaminó que al vender la camisa había
perdido mis derechos sobre la dedicatoria.
¿Y esta copia?
¡Me la mandaron los hijos de Picasso ¡ ¡Con una amable carta excusándose
por no haber podido ayudarme!
¿Y dónde está la original?
Es propiedad de un empresario,
la compró a la galería y acordó con la Fundación hacer las copias y con rabia adicionó
¡Ya no vale nada! ¡Al borrarle la dedicatoria cambiaron la obra!
¡Ahora es otra y no es auténtica! ¡ Él la pintó como un himno a nuestra amistad! ¡Si
no tiene sus palabras ya no es su obra!
Humberto quedó sorprendido por
la apreciación de Amadeus sobre la autenticidad de la camisa. Si no lo
fuese, tampoco, la copia tenía valor.
No valía la pena argumentarle sobre este
punto en el estado emocional en que se encontraba. Ahora, sólo quería ayudarlo a recuperar su
piano: Siento mucho su desventura,
es triste lo sucedido pero respeto sus motivos.
¡Imagino lo que significa para
usted haberse desprendido de ella y la
hayan cambiado borrándole la dedicatoria!.
¡Sí, me arrepiento cada minuto!
¡Mi vida cambió!
Oigo su voz reclamándome:
¡No la hizo para otros sino para mí!
Sus ojos ocupan el lugar de los del fauno y su fuerte
mirada reemplaza la dulce y emiten rayos que me persiguen a todas partes. Con lagrimas en los ojos le entregó la carpeta diciéndole:
¡Quédese con ella!
¡No quiero seguir leyendo y
viendo las fotos diariamente!
Y se levantó para marcharse. Humberto lo retuvo y mandó a descorchar una
botella de champán que bebieron lentamente conversando sobre su trabajo actual.
Los conciertos habían cesado, sus dedos artrosiados no le ayudaban a mantener
un buen performance. Estaba dedicado
a la docencia. Al vaciarse la botella le entregó el cheque y lo acompañó hasta
la puerta. Se despidieron
amablemente pero la mente de Humberto está llena de dudas y conjeturas. Va a donde se encuentra Castalia para contarle la
sorprendente historia del pianista y mostrarle la copia de la camisa. Al oír el
relato Castalia queda desconcertada y recuerda la frase de uno de los invitados
“ A ti te jodió Picasso “. En vez de una suerte esa amistad fue una desgracia
para el pianista. Había sucedido con casi todos los que tuvieron muy cerca de
este genio. Fue un sol quemante para quienes lo amaron.
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