Escenas17 años y 6 décadas de papel En la galería Blasini se inaugurará Papel XVII , una colectiva que colabora con la difusión del legado de la obra sobre papel en el arte venezolano. En esta edición, se hace un homenaje a Marietta Berman
Es cierto: el papel es un soporte, pero también un medio, y en el arte ha quedado demostrado que ha develado un camino infinito de posibilidades. Tanto, que puede ser soporte y medio a la vez. El papel del papel en la plástica venezolana se ha bifurcado y tiene una historia contada y por contar.
La galería Blasini ha contribuido con la difusión de esa historiografía con la organización de la exposición colectiva Papel, que este año llega a su décimoséptima edición y que, además, es consecutiva. Y, como bien saben algunos, no es fácil unir la palabra consecutivo y gestión cultural en una misma línea, por lo menos no en un país tambaleante.
La muestra reúne múltiples miradas, usos e intenciones de los artistas con el papel. Las salas de la galería reúnen varios momentos de la historia del arte venezolano desde la década de los años cincuenta hasta hoy y a creadores de diversas generaciones y tendencias. Incluso se pueden redescubrir facetas insospechadas de artistas consagrados, no sólo en obras que elaboraron hace lustros, en algunos casos, sino también en experimentaciones recientes.
La colectiva incluye piezas de Asdrúbal Colmenárez, Eugenio Espinoza, Carlos Medina, Arturo Quintero, Juan Calzadilla, Alirio Palacios, William Stone, Víctor Valera, Jacobo Borges, José Vivenes, Manuel Quintana Castillo, Jesús Soto, Luisa Richter, María Elisa Castro, Federico Ovalles, Miguel Grillo, Lihie Talmor, Eliana Sevillano, Antonio Moya, Luis García, Ilse Dagnino y Milos Jonic.
El recorrido constituye un recordatorio de las trampas del papel para dejar de ser sólo eso; para develar sus idilios con la tridimensionalidad, con el collage, con la perspectiva, con la pintura, con el color...
La gráfica de Marietta Berman. Algunos de los creadores participantes no son venezolanos de nacimiento, pero llegaron para quedarse y construyeron su cuerpo de obra en el contexto del país. Es el caso, entre otros, de Marietta Berman, quien, proveniente de la República Checa, se instaló en 1948 en Venezuela, donde descubrió la vocación que perduraría hasta 1990, año en el que murió y en el que fue homenajeada con la Orden de Mérito Francisco de Miranda.
Una sala de la galería está dedicada a la exhibición de 12 de sus obras sobre papel.
Recién llegada al país, en la década de los años cincuenta, influenciada por un artista húngaro y venezolano, Iván Petrovszky, Berman descubre en las artes plásticas una forma de expresarse. Comienza a participar en el exigente Salón Oficial que se llevaba a cabo en Venezuela por aquel entonces y, cuentan los investigadores Juan Calzadilla y María Elena Ramos en el libro Marietta Berman. Cosmovisión, que es en ese salón donde se empieza a ver la evolución en la obra de la creadora, que primero envió una Naturaleza muerta y continuó luego por distintas sendas en términos reflexivos y estéticos.
Es difícil asociarla a un movimiento artístico, pero algunos han considerado el trabajo de Berman como parte de la abstracción lírica, vanguardia de mediados del siglo pasado. Más allá de cualquier clasificación, la ganadora en 1964 del Premio Nacional de Dibujo y Grabado dejó como legado una obra en la que refleja una meditación profunda del espacio material e inmaterial, es decir, del espacio en el plano y el espacio espiritual en el que se instala su reflexión como ser humano y artista. Allí, en ese espacio inabarcable, se haya el espectador cuando está frente a la luz de una de sus piezas, confidentes de su alma.
"Su obra gráfica no está disociada de las demás disciplinas que Marietta Berman cultivó y, por el contrario, se estructura con ellas", señalan Ramos y Calzadilla. De hecho, la artista elaboró series muy pequeñas que no dejaba en manos de los técnicos, sino con las que se comprometía hasta la última faceta.
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